domingo, 15 de febrero de 2009

El pollo a la mexicana tico de nuestro mundo postmoderno



Por Cristián Macouzet Pérez

Nuestra cultura se encuentra en un constante contacto con las demás, gracias a la globalización, y esto ha provocado que incluyamos rasgos y aspectos de culturas ajenas a la propia. Uno de los casos más peculiares de éste fenómeno es el de Latinoamérica, donde se han dado las culturas híbridas desde el tiempo de la colonia, con el surgimiento del mestizaje.

A finales del siglo XIX se pensaba que el pensamiento positivista de la ilustración occidental, la ciencia y la educación redefinirían nuestra identidad bajo el modelo científico-racional europeo de fuerte contenido racista, pero es hasta principios del siglo XX, cuando aparecen trabajos consistentemente críticos en adoptar el modelo europeo. Un ejemplo de esto es Vasconcelos, que en su obra La raza cósmica, exalta los valores del mestizaje y de la raza latina, la cual es capaz de asimilar otras culturas y no de destruirlas, como los sajones.[1]

En el caso específico del proceso de globalización que estamos viviendo actualmente, aun cuando sea cierto que en términos de su extensión y profundidad no tiene precedentes históricos, puede vérselo también como el resultado de un desarrollo de más larga data, acelerado durante este período debido a fenómenos tales como el avance de las nuevas tecnologías en la informática y las comunicaciones.[2]

Como señala Larraín, la postmodernidad actual de nuestro continente se caracteriza por la fragmentación y discontinuidad cultural, los cuales serían ocupados por elementos foráneos, provenientes de la globalización y de la forzosa apertura cultural que ella provoca. Estos elementos reemplazarían imágenes, sonidos, sabores, etc., los cuales, y gracias a la fragmentación cultural híbrida de nuestro continente, son incorporados y asimilados rápidamente como propios de nuestra identidad.[3]

Esto yo lo pude comprobar claramente cuando viví en Costa Rica, y lo voy a ejemplificar de una manera muy sencilla:
En México la mayoría de las personas acostumbramos a comer chile o a acompañar la comida con algún tipo de salsa. En cambio, en Costa Rica, es inusual encontrar a personas que compartan este gusto por el sabor de la comida picante. Sin embargo un día que fuimos a un restaurante en San José, encontramos en el menú el platillo “Pollo a la mexicana”. Ni tardos, ni perezosos, mi hermano y yo, que teníamos meses implorando por un platillo con sabor a “patria”, preguntamos el porqué de la acepción a nuestra nacionalidad en dicho alimento.

El mesero nos explicó que el pollo estaba empanizado y venía acompañado de una salsa MUY picante. Sin dudarlo dos veces, mi hermano y yo ordenamos el platillo. El mesero insistió en ponernos la salsa por separado, debido a que en verdad, no había ser humano en la faz de la Tierra que pudiera ingerirla sin desprender fuego por la boca. Aceptando la sugerencia del mesero, nos llevaron un pollo empanizado, más parecido a un “nugget” gigante que a un pollo a la mexicana, y con una salsa que sabía casi tan dulce como agua de jamaica.

Terrible decepción nos llevamos al comprobar que, como dice Larraín, los ticos al no tener elementos, ni referentes propios acerca de los sabores picantes (ni de la cultura mexicana), mancharon la reputación de nuestra comida, al denominar como mexicano y picante, un platillo de sabor más cercano a McDonald’s (que es gringo) y a lo agridulce.

Siguiendo con el ejemplo de la comida (que es uno de los pocos campos donde México realmente es potencia), cuando me fui a vivir a Chicago, comprobé que los ticos no eran los únicos que habían destrozado la imagen (o el sabor, en este caso), de nuestra comida típica, ya que la mayoría de mis compañeros de escuela norteamericanos pensaban que Taco Bell era comida mexicana, por el simple hecho de tener tortilla.

En esta ocasión el caso es más grave que el del “pollo a la mexicana”, ya que lo único que hicieron los gringos con Taco Bell, fue apoderarse de un elemento de la cultura mexicana, la tortilla, y mezclarlo con elementos de otras culturas, como el arroz, la carne molida y la lechuga, creando un alimento “propio” de su cultura, o mejor dicho un alimento híbrido, producto de la mezcla de platillos de distintas regiones.

Otro de los factores que ha intervenido en la formación de culturas híbridas son los cambios radicales que han dado las identidades modernas, para convertirse en postmodernas. Según Canclini, “las identidades modernas se caracterizarían por ser territoriales y casi siempre monolingüísticas. Se habrían fijado subordinando a las regiones y a las etnias a un espacio más o menos arbitrariamente definido, llamado nación, y oponiendo esa nación a otras naciones.

Las identidades posmodernas en cambio, se caracterizarían por ser transterritoriales y multilingüísticas. Su estructuración pasa ahora más por la lógica de los mercados que por la de los Estados, y en vez de basarse en las comunicaciones orales y escritas a través de interacciones próximas, ahora opera mediante la producción industrial de la cultura, su comunicación tecnológica y el consumo diferido y segmentado de los bienes”[4].

Un ejemplo de este cambio de cultura moderna a postmoderna lo pude notar claramente cuando viví en Monterrey:
A pesar de ser una ciudad donde se habla el español y se encuentra en México, al igual que León, la mentalidad de las personas de allá, las costumbres e incluso la economía, son muy diferentes.

Mientras las personas de León son de una mentalidad conservadora, que comen guacamayas y que la gran mayoría basan su economía en pieles y zapatos, que cada día se las ven “más negras” frente a los productos chinos, las personas de Monterrey son de mentalidad liberal, que comen cabrito y tienen la economía más poderosa de todo el país.

Estas diferencias tan radicales se dan principalmente porque Monterrey es una ciudad ubicada al Norte, mucho más influenciada por la cultura y el mercado estadounidense, mientras que León es una ciudad ubicada al centro, cuya sociedad vive en constante miedo por el cambio, provocando que se cierre, y no progrese en este mundo postmoderno de la globalización y las culturas híbridas.

1 Fragmentación cultural y memoria histórica, Víctor Díaz Gajardo

2 Globalización, identidad e integración latinoamericana: las contribuciones de Néstor García Canclini y Martín Hopenhayn

3 Fragmentación cultural y memoria histórica, Víctor Díaz Gajardo

4 Globalización, identidad e integración latinoamericana: las contribuciones de Néstor García Canclini y Martín Hopenhayn